Pelamos y lavamos las patatas.
Vertemos abundante aceite en una sartén y lo calentamos a fuego fuerte.
Mientras el aceite se calienta, cortamos las patatas en láminas de un par de mm de grosor.
Echa una patata y si el aceite bulle rápidamente, está en su punto.
Echa las patatas de una en una, sin llenar demasiado la sartén. Tendrás que hacer dos o tres tandas para freírlas todas.
Verás que al echar la patata, ésta se hunde y sube a la superficie en pocos segundos.
Fríe las patatas hasta que estén doradas.
Echa por encima un poquito de sal en escamas.